lunes, 30 de abril de 2007

La mentira y la política

Nuestra encuesta de la semana a concluido y ha pesar de mostrar un resultado pronosticable, no deja de sorprender el escepticismo juvenil hacia la política. En un total de 40 votos voluntarios, respecto a la pregunta planteada: ¿Cree usted que la mentira y la política van de la mano?. Un contundente SI (45%) termino por opacar a las demás opciones, seguido solo por un grupo fatalista que considera que su vinculación con la mentira ES INEVITABLE (22.5 %).
Ahora bien, porqué razón los jóvenes opinan que, efectivamente, la mentira y la política van de la mano. Evidentemente nos encontramos frente a una suerte de consenso generalizado de pesimismo colectivo hacia algún posible cambio o regeneración (variables como el “NO” o “EN OCASIONES” compitieron de muy lejos).

Quizá habría que preguntarse si alguna vez los jóvenes creyeron en la política, mas allá de una cuestión clientelar, si su afirmación era muestra de fe y convicción por lo menos hacia alguna forma de hacer política. La respuesta es afirmativa, por lo menos hasta la década de los 70 era normal ver a los estudiantes universitarios manifestando sus ideas en torno a la realidad, así como también su posición ideológica y política que por lo general eran de izquierda o centro izquierda. No pretendo expresar añoranza por el tiempo pasado, ya que de hecho ese tipo de manifestaciones se están volviendo a dar. Mi argumento va al encuentro de un contexto en el que si se afirmaba la política, como una herramienta verídica y redentora.

En que momento empieza a invertirse esta situación y lleva al joven a alejarse de la política e identificarla como el núcleo de todos los problemas. Muchos investigadores no dudan en afirmar que esta situación se comienza a dar entre fines de los 80 y mediados de los 90. Carlos Ivan Degregori, a catalogado este fenómeno como la Década de la Antipolitica.
Una década en la que se juntaron: la crisis de gobernabilidad, la corrupción e ineficiencia de los organismos públicos, las interminables querellas políticas en el parlamento, genero un hartazgo social que el fujimorismo supo aprovechar. El caos fue combatido con orden y este se confundió con autoritarismo. Crecimos en ese contexto, en el que el discurso mediático explicaba como esta triada: Caos – Mentira – Política, fue combatida con esta otra: Disciplina – Honradez – Apolitica. Presentándolo como lo correcto.
Dadas estas circunstancias mucha gente se convenció de que la mentira y política van de la mano, que necesitamos mas mano dura, que la democracia no conduce a alguna parte o que la politización corrompe al individuo. Algo de todo esto se ha impregnado dentro de nuestros prejuicios y en ese sentido no solo somos individuos “apoliticos” sino también “hijos de fujimori” ( No se espante, es solo en sentido figurado), pues era el tipo de individuo que este quiso formar para mantenerse en el poder.

No obstante, no caigamos en el simplismo de entender la Apolitica como la simple disposición de ser contrario a la política o prescindir de ella, como lo señala el diccionario de la Real Academia Española.

Roberto Esposito en su libro Categorías de lo Impolitico, (que vendría a ser lo mismo que lo Apolitico) señala que lo impolitico no es lo contrario a la política, sino la política llevada a sus limites, a su imposible, pues si algo caracteriza a la política moderna es precisamente su despolitización, una política de neutralización del conflicto. El propio autor lo explica de la siguiente forma: “Los hombres deberían perder por completo la costumbre de actuar”. Allí, lo impolítico empieza a rodear su propio limite de lo posible: Una política de la no-acción. No hacer nada, para no ser injusto con nadie.

Para aclarar esta cita podríamos tener en cuenta lo siguiente: el hombre político es actor en su esencia, pues desea cambiar la realidad, pasando así de un estado de insatisfacción a otro de mayor satisfacción. Si tomamos nuestro caso, nuestra generación Asumió la Política de no hacer, ni actuar sobre algo, bajo el supuesto que la disciplina personalizada en el presidente lo podía hacer mejor. Entonces no somos tan apoliticos como muchos analistas pensaron...